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El autor se remonta a Horacio para argumentar que es el' uso de una lengua lo que en definitiva debe servir de norma para los usuarios. Y la norma no es un capricho inventado y respaldado por los gramáticas o lexicógrafos sino el desenlace natural entre dos personas o los hablantes de un grupo social. La decisión extralingüística, favorecida por China y en menor grado por Francia, de
imponer determinados usos desde el Gobierno, no es aceptable por lenguas internacionales, como el español, hablado y escrito en distintos países soberanos. Los gobiernos está bien que velen por el buen uso del idioma, y este buen uso, que se convierte en norma aceptada, es el que sepuede invocar cuando se dirimen diferencias. Pero las normas que tratan de regular los usos lingüísticos de las sociedades organizadas se prestan a la desobediencia y en tales casos la norma exige reflexión y sometimiento al uso antes condenado.
Ahora bien, habría que establecer cuáles usos merecen la sanción de norma y distinguir, partiendo de Chomsky, entre lo que es aceptable y lo que es gramatical. En último término, el hablante tendrá que optar entre la riqueza expresiva, ambigua y el mensaje inequívoco, conciso y libre de connotaciones, que lo enriquecen a la vez que lo enturbian. Los ejemplos que ilustran este punto de vista son numerosos.
Lorenzo, E. (1998). Norma y uso lingüístico. Boletín De Filología, 37(2), Pág. 681–692. Recuperado a partir de https://boletinfilologia.uchile.cl/index.php/BDF/article/view/21475